La dictadura ya no era la dictadura. El fracaso de Malvinas, las denuncias internacionales por violaciones a los derechos humanos, las movilizaciones de la multipartidaria habían ido gestando un escenario que desembocó, casi inevitablemente, en el llamado a elecciones. La oscuridad comenzaba a desvanecerse y el período más negro de la historia nacional estaba cerca de su fin.
Las urnas, que según Jorge Rafael Videla, estaban “bien guardadas”, salieron por fin de su encierro el domingo 30 de octubre, hace hoy exactamente 30 años. El escenario no era sencillo porque había ido creciendo la conflictividad social. Y existía el temor de que los comicios no fueran una instancia pacífica. Por eso el Jefe del Departamento Electoral de Villaguay, publicaba cada dos días en EL PUEBLO comunicados que, entre otras cosas, apelaban a “la cordura” de los dirigentes gremiales y a la participación serena de los villaguayenses, para garantizar el desarrollo transparente de las elecciones.
Eran tiempos de ebullición. Tras una década de violencia –estatal, paraestatal y también de los grupos armados de la izquierda peronista- parte de la ciudadanía anhelaba participar. Por eso las posibilidades de éxito o fracaso en las urnas se medía no por encuestas sino por la cantidad de gente que reunía cada sector político. Recordarán, especialmente los radicales, el multitudinario acto que Raúl Alfonsín presidió el miércoles 26 de octubre, y que El Pueblo –haciendo gala, por entonces, de su tradición radical- definió eufóricamente como “el más gigantesco acto político en la historia del país”. El peronismo también reunía a multitudes. Pero sus dirigentes se equivocaban. Como Herminio Iglesias, que quemó el cajón con el escudo radical, sin percibir, al parecer, que la ciudadanía estaba harta de antinomias, violencia y enfrentamientos.
El triunfo, como se sabe, le correspondió a Raúl Alfonsín, quien asumiría la presidencia el 10 de diciembre de ese mismo año, en un contexto problemático por donde se lo mire: una deuda externa asfixiante; la presión constante de los militares en retirada; los paros de la CGT, la inflación.
Los resultados también convirtieron a Sergio Montiel en gobernador y Jorge Busti en intendente de Villaguay. En tanto, Héctor “Pepe” Frutos fue a la cámara de Diputados de la provincia y el abogado Juan Ángel Redruello pasó a integrar el senado entrerriano.
El segundo lugar lo ocupó el justicialismo, que había propuesto a don Roberto Fuertes para la jefatura comunal; a Román Piñeyro como senador provincial y a Hipólito Redruello como diputado, en una boleta que se completaba con las candidaturas de Ítalo Lúder a presidente y de Dardo Blanc a gobernador.
Una recorrida por los diarios de aquel año permite conocer también otras propuestas a través de las cuales los villaguayenses habían canalizado sus ganas de participar.
Otro sector que compitió en aquellas elecciones, y que hoy ya no existe, fue el Movimiento Línea Popular (Molipo), que lideraba en la provincia Lucio Uranga. En nuestra ciudad el partido llevaba como candidato a intendente a Elio Dus y postulaba como diputada a Berta Piñeiro y como aspirante a senador a César Gatter. Y aunque no figuraba como candidato, los avisos mencionaban que el Molipo era “el movimimiento del señor César D. Lobbosco y del Dr. Raúl Uranga”.
También disputó los comicios el hoy desaparecido Partido Demócrata de Entre Ríos, que postulaba a César Nogueira para la intendencia; a Guillermo Sanromán para senador y a María Cristina Cúneo Libarona para la diputación. El grupo, que a nivel nacional apoyaba la candidatura de Francisco Manrique para presidente, se “vendía” en sus propagandas como “un partido sin estridentes promociones pero firme en sus convicciones de paz, trabajo y libertad”.
Había otras boletas en el cuarto oscuro, pero sólo llevaban postulantes a legisladores y tenían escasa presencia local. Uno de ellos era el Partido Demócrata Cristiano, cuyo único referente en Villaguay era el aspirante a senador, A. Hermoso Bonnet.
Y, aunque sin candidatos a nivel local, había villaguayenses que apoyaban a diversas fuerzas nacionales. Como al MID, herencia de Frondizi, que llevaba a Rogelio Frigerio como postulante a la presidencia, con una campaña muy particular, en la que no se mencionaban nombres ni cargos ni números de lista, sino simplemente propuestas del “desarrollismo”.
Había también en Villaguay algunos fanáticos del ingeniero Álvaro Alzogaray. Al parecer no eran muchos, porque pedían fiscales y sugerían a la gente que pase a buscar la boleta de la UCD por un domicilio de calle Urquiza.
Nadie sabía bien cómo iba a terminar esa cosa naciente de la democracia. Había recelos, gente dispuesta a volver el tiempo atrás y problemas acuciantes que favorecían el discurso de los que pensaban que “antes estábamos mejor” y que “al que no se metía, no le pasaba nada”.
Pero de a pequeños pasos, la democracia se fue consolidando. Mucho de ello se le debe al doctor Raúl Alfonsín. Sí, el mismo del “felices pascuas”, de “la casa está en orden” y de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Esas estrategias que hoy, a lo lejos, pueden percibirse como errores graves, eran en aquellos días agitados, repletos de incertidumbre sobre el futuro, caminos que el primer presidente de la democracia recuperada creía pertinentes para el objetivo más relevante que se había planteado: consolidar el nuevo sistema “de vida” que se habían ganado los argentinos.
Lo logró. Lo logramos. (El Pueblo)