Por Manuela Chiesa de Mammana
El 26 de diciembre de 1823, el Comandante Pedro Barrenechea comunicaba a la Superioridad que juntamente con treinta soldados, ocho cabos, tres tambores, y tres sargentos iban trece mujeres agregadas a la guarnición que se dirigía al Paso de Sandú
Entre estas mujeres estaba Ignacia Sotelo que tenía un rancho allí donde el Montiel no es tan enmarañado, a quien la miseria había obligado a sumarse al ejército como china cuartelera.
Aquella campaña militar contra los portugueses fue larga y cruenta. Estas mujeres, parte de un ejército mal alimentado y peor vestido, compartieron el hambre y la miseria, lejos del terruño, con esperanzas de volver algún día al pago, expuestas a las enfermedades y a los caprichos del jefe de turno.
Una mañana de agosto, cuando el sol pujaba insistente en la llanura, todavía adormecida, después de tres años interminables, Ignacia vuelve a su rancho. Único bien que poseía y al que había dejado abandonado cuando decidió seguir a la soldadesca.
Cansada, con la mirada endurecida por aguantar tanto sufrimiento, se asomó una vez más por la precaria ventanita que daba al sur, para contemplar el montecito ralo de espinillos y ñandubay, que tanto añoró y jura para sí que mientras ella viviera su rancho serviría como refugio de malheridos y desertores de las luchas fratricidas que por años asolaron a la Provincia. Fue así como el rancho de la Nacha, como lo llamaron, se convirtió en un hito para los que huían, antes de ingresar al Montiel propiamente dicho.
De cincuenta años después data la venta del rancho de Ignacia Sotelo:
“Sírvase darme boleto a favor de José Sotelo por un rancho de mi propiedad, con sitio de 40 varas,justo al sur. Es lindero por el norte con Mariano, el Negro, por el sur con don Juan, el porteño, por el oeste con Juana Chavacú,y por el este con Cirilo Gomez, que vendí en la cantidad de $59.
style="display:inline-block;width:468px;height:60px"
data-ad-client="ca-pub-2763802519216087"
data-ad-slot="3670962732">