A Crispín Velázquez la muerte lo sorprendió el 15 de Abril de 1862 en Villaguay. Hasta Urquiza participó del sepelio. Había demostrado su fiereza en innumerables y sangrientas batallas.
El día 29, el gobierno dicta un decreto reconociendo sus “relevantes servicios”; su valiente defensa de los derechos de la libertad y de la ley y de sus deberes sagrados. “Su civismo lo recomienda a la memoria de sus conciudadanos”. Dispone que se celebraran exequias fúnebres en la iglesia parroquial de Uruguay, a la que concurre, el 12 de mayo, el gobernador Urquiza con todas las corporaciones. Ordena, demás, que se construyera un sepulcro en el cementerio de Uruguay para trasladar sus restos.
Con la muerte de Velázquez desaparece el más representativo y característico hombre de la Selva de Montiel. Puede decirse, su producto auténtico.
Algunos lo dan actuando en los primeros alzamientos revolucionarios de Mayo, al lado de Ramírez, pero oficialmente aparece en 1822, como teniente de milicias y en 1831 como capitán y, desde entonces, cumple una carrera militar llena de coraje y valentía.
Cagancha, India Muerta y otros sangrientos encuentros fueron testigos de su intrepidez y de la fiereza de su lanza.











