Villaguay | Entre Ríos | Martes 29 de junio de 2010 | Compartir en Facebook
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DE UN TIRÓN. Por Martín Carruego
El poeta, uno de los habitantes de Miguel Federik
En cada hombre habitan dos o tres. Miguel Ángel Federik es un abogado exitoso, un político de acotada carrera; y es, finalmente y sobre todo, cuando se quita esas vestiduras terrenales y se sienta a “frotar palabras”; es, decía, sobre todo, el mejor poeta entrerriano vivo; y tal vez, por qué no, uno de los más destacados de la literatura nacional.
Federik, que vive en una esquina del centro y a quien nos podemos cruzar habitualmente en cualquier vereda, habita Villaguay hasta que cae el sol y se convierte después en un ciudadano del mundo vasto, delicado, artesanal y metódico de la palabra.
He escuchado decir a mucha gente que Federik escribe “difícil”. Es cierto, no abundan en su obra los sonetos de rima ajustada ni la frase vociferada con letras de título.
No sé, al igual que esa gente, si entiendo o no los poemas de Federik. Ni siquiera estoy seguro que haya que encontrar un sentido evidente en la poesía. Me parece, por el contrario, que es justamente eso lo que hace interesante al poema: que el significado no esté en la superficie del significante; que haya que escarbar con esfuerzo en la armazón de la frase la delicadeza del trabajo del poeta; la música que le imprimió; la tarea casi de agrimensor para observar la métrica; los hallazgos casi científicos de la metáfora y finalmente alcanzar la intuición de su sentido.
En todo eso Federik es un artesano inigualable. Pero el domingo tomé un libro suyo por azar y volví a deslumbrarme con algunas de sus metáforas. En lo particular, es una de los aspectos que más me interesa de la poesía, aunque no el único.
Jorge Luis Borges, en su libro “Historia de la eternidad” dedica un texto a las metáforas. Cuenta allí que para Aristóteles la metáfora surge de la intuición de una analogía entre cosas disímiles; y él mismo las define, impecablemente, como “secretas simpatías entre conceptos”.
El terreno de la metáfora es, como lo demuestra en ese texto, fértil para la buena poesía y también para el “mero énfasis”.
Desconozco si habrá muchos buenos metaforistas en la Argentina. Seguramente. Pero estoy convencido que Federik se ubica entre los mejores; o, para decirlo mejor, que ha tallado algunas a mi juicio deslumbrantes.
Me viene a la mente una que, pese a mi fragilidad de memoria, logré archivar: “Las osamentas leudaban tacuruces de gusanos” (si no es textual, perdón Miguel, no tengo el libro a mano). Está en un poema de “Imaginario de Santa Ana” que describe (¿será ésa la acción que cumple un poema?) una temporada de sequía en el campo.
¿Habrá alguna forma mejor de representar, sin grosería, a un vacuno consumido por esas horribles lombrices que nacen de la muerte? ¿Existirá algún verbo que, como leudar, permita nombrar con mayor justeza la aparición ignominiosa, repulsiva, de esas formas viscosas de la degradación?
Cada vez que leo uno de sus poemas observo un trabajo de relojero para evitar no la sencillez (que no es mala palabra) sino la simpleza del haragán.
Las cosas surgen de las maneras más insospechadas. Este discurrir poco académico y bastante personal sobre el poeta villaguayense, viene a cuento porque tomé de casualidad su última publicación, “Niña del desierto”, que contiene tres poemas de infinita belleza.
El primero da título al libro, el segundo es un nuevo canto al río Gualeguay y el tercero una justificación de la poesía que contiene una toma de posición sobre el avance, insostenible, avasallante, atroz, de la frontera agrícola.
Del tercero robamos unas líneas para que sea Miguel quien cierre esta nota sin otro objetivo que la admiración:
“(...) Plegaria fue y es terror ahora / este viento-oración que sube de los pastizales / bajo la baba de los Pipper y los Cessnas / entre charcos de sombra y la sístole del monte / que sueña que te sueña mariposas y tigres negros. / La hembra macho de la soledad recién venida / nos venda la cara con toda la luz del mundo / flecha de agua que eriza roja los ojos de los caballos y nos entierra en la música que se tragan / las entrepiernas de las hadas / entre dentelladas de fósforo blanco / y las minuciosas orquestas del nitrógeno / para tanto y tanto cadáver diminuto, / tanta muerte diminuta, tanto colibrí sin importancia / por unos comodities para brookers, / un Martini imperial para efebos con tiradores / en las bulliciosas Bolsas de Cereales”.
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