Por Manuel Langsam (manuelangsam@hotmail.com)
El quería ser policía. Trabajar de agente y pasearse por el pueblo luciendo su uniforme, las botas brillantes, e imponiendo respeto con su autoridad. Pero en esa época no había escuela de agentes y para ingresar en cualquier empleo oficial había que contar con respaldo político. (hay cosas que no han cambiado mucho con el tiempo)
Nuye. Era un muchacho joven y trabajador, con el físico bien desarrollado ya que desde muy temprana edad se ganó la vida como bolsero en el galpón de cereales de Fondo Comunal. Pero era de familia radical, así que las posibilidades de entrar en la policía eran muy escasas..
Vio su oportunidad ayudando en la campaña electoral para las elecciones del año 1958 apoyando a los candidatos de la UCRI. Y cuando estos ganaron las elecciones siendo elegido Frondizi para la Presidencia de la Nación y Uranga como Gobernador, supo que ¡por fin! su sueño de ser policía podía concretarse.
Los referentes del partido en Domínguez eran, entre otros, Salzman que fue elegido Intendente y Samuel Aizicovich que, aunque no tenía ningún cargo oficial, hacía pesar su opinión dentro de la UCRI, ya que era muy amigo de los recientemente electos diputados nacional y provincial Poitevin y Neuman.
Y merced a esos contactos Nuye fue recompensado por su trabajo en la campaña con el nombramiento de agente de policía.
Una tarde estábamos Aizicovich y yo trabajando en la oficina de la Jewish cuando en la puerta de entrada se plantó Nuye luciendo su flamante uniforme de agente. Hizo sonar los tacos de las botas, se cuadró ante Aizicovich y antes de que salgamos de nuestro asombro, se puso en posición de descanso y dijo que hacía su presentación para agradecer por su nombramiento y quedaba a disposición para lo que pudiera serle útil. Aizicovich le agradeció el gesto, le deseó suerte en el trabajo y le aconsejó que en adelante cumpliera a conciencia con su deber, se desempeñara con corrección, que seguramente le iba a ir bien.
De ahí en más se convirtió en una figura habitual en el pueblo, recorriendo sus calles siempre con su uniforme impecable, golpeándose las lustradas botas con una fusta y paseándose muy orondo luciendo su autoridad. Nunca molestó a nadie, solo se limitaba a mostrarse, hablar con los amigos y gozar de su nuevo estado.
Una noche de verano le tocó representar a la autoridad policial en un baile en la pista que por entonces tenía el Centro Deportivo Domínguez, ubicada en las actuales instalaciones del Club Libertad. Venía un renombrado conjunto chamamecero de la ciudad de Concordia (lo que no era frecuente) y concurrió gran cantidad de público. El baile se desarrollaba con mucha alegría y a medida que avanzaba la noche se hacía cada vez más animado, ya que el conjunto musical era realmente bueno.
Nuye, que desde el principio se mostró muy reservado, limitándose a cumplir con su tarea de cuidar que todo se dearrollara en orden, empezó a sentir que dentro de él se iba despertando una fuerza que le hacía palpitar más fuerte su corazón, hormiguear las piernas y calentar su sangre, como respondiendo todo su cuerpo a un llamado ancestral.
Antes había sido un gran animador de los bailes con su destreza de ágil bailarín, pero ahora tenía que limitarse a observar la alegría y el despliegue de otros.
Avanzada la noche, no pudo resistir más. Se acercó a la cantina, tomó dos ginebras, se fue a su casa, se sacó el uniforme, vistió con ropas civiles y volvió al baile.
Y ahí estuvo hasta la madrugada. Bailó, zapateó y hasta pegó algunos estridentes sapucays en el entusiasmo de la danza.
Finalizado el baile al amanecer, se volvió feliz a su casa y se acostó a dormir rendido, ya que supuestamente al haber trabajado toda la noche, al otro día tenía franco.
Pero el lunes, al presentarse a tomar servicio en la comisaría, el jefe le indicó con voz tajante que debía entregar en el plazo de una hora su uniforme, correaje, botas y el arma reglamentaria, ya que había sido dado de baja por incumplimiento del deber, abandono del servicio y actitud indigna de un policía.
Pobre Nuye! No le quedó más remedio que abandonar su cargo.
A los pocos días ya se lo vio nuevamente hombreando bolsas en el galpón cerealero.
Muchos años después, aún seguía recordando el hecho y sin ningún tipo de arrepentimiento.
¡Pero que lindo estuvo aquel baile! ¡Debe haber sido el mejor que hubo en Domínguez en muchos años!