Hubo una época en que trabajé para la Provincia en un plan para la evaluación de la incidencia de brucelosis en los pequeños tambos existentes en la cuenca lechera de los Departamentos Paraná y Diamante.
Era un plan conjunto con la Experimental del INTA Paraná. Me tocó la zona de Aldea Protestante, Spatzenkuter, Valle María, María Luisa y Aldea Brasilera. Todas ellas habitadas por descendientes de alemanes del Volga.
Gente muy prolija, trabajadora, honesta, pero bastante cerrada para los extraños. Tal es así que cuando llegábamos nos estaba esperando con las vacas siempre, pero siempre, un hombre. Con un hijo o un empleado. Jamás una mujer a la vista, aunque se apreciaba la existencia femenina en el lugar por el florido jardín, la abundante huerta o la prolijidad y limpieza de la casa.
La visita se limitaba al saludo, extracción de sangre, una planilla con datos personales y del tambo y la despedida. Posteriormente una nueva visita si daban algunas vacas positivas y las consabidas instrucciones para el saneamiento.
Cual no sería mi sorpresa al llegar una mañana a un tambo en el que me estaba esperando una mujer con un lote de vacas. Era una rubia alta, bien parecida, agradable, muy atenta y muy seria.
Terminado el sangrado y las planillas, retiró las vacas del corral y ya me estaba por ir, cuando veo que se viene acercando un hombre arreando unas holando. “Estas son las mías”, me dice, “sáquele la sangre que necesita”. Mi curiosidad pudo más y le pregunté por la situación tan extraña y quien era la mujer que había presentado el rodeo anterior. “Es mi señora”, dijo, y se quedó callado.
Luego de un rato, como sintiéndose obligado a ampliar la explicación, completó la información: “ella es de carácter fuerte y yo también. Así que hace tiempo que no nos llevamos bien y decidimos que cada uno atienda sus cosas y separamos las vacas. A pesar de estar en la misma casa, casi no nos hablamos”.
Así quedaron las cosas.
Tuve que volver varias veces ya que les dio un porcentaje elevado de positivos y empecé a asesorarlos para el saneamiento. Y la situación era siempre la misma. Primero traía sus vacas ella y luego él.
En una de esas visitas, noté que ella lucía una incipiente pancita, síntoma de su estado de gravidez. Cuando apareció el hombre, con el que ya tenía más confianza, le dije: Francisco, veo que se ha arreglado con su esposa. Me alegro por ustedes.
No, me dice, todo sigue como antes.
Pero… digo asombrado, ella está embarazada.
Ah, me contesta muy serio. “Una cosa no tiene nada que ver con la otra”
(Manuel Langsam, del libro “Anécdotas veterinarias”)