En febrero de 2011 EL DIARIO DEL DOMINGO publicó una extensa entrevista biográfica realizada a Raúl Olivera. A continuación la publicamos en forma completa a modo de homenaje.
Salvo los tres años que pasó en Buenos Aires y los muchos días que pasó via¬jando, Raúl Ricardo Olivera (sí, igual que Alfonsín), vivió sus 67 años en calle Rivadavia. Ahí mismo, donde sigue despuntando el vicio de la docencia en una Escuela que él fundó y que ahora dirige su hijo Maximiliano. No enseña ni matemática ni lengua. Lo suyo, como todos saben, es el la danza y el folklore.
Mezcla de algún lejano antepasado portugués y de un más cercano pariente sirio, Olivera es un referente indiscutido en su materia. Lo acreditan no sólo los cientos de diplomas, trofeos y fotografías que cuelgan en las paredes de su estudio, sino también la no visible experiencia recogida en decenas de viajes por todas y cada una de las provincias argentinas, por buena parte de América y por varios países europeos.
“Pasé casi toda mi vida bailando. Creo que la prime¬ra vez fue a los 6 años. Iba a la escuela Mitre y teníamos como profesora a Juanita Sauán, que nos hacía bailar en los actos. Y después empecé a ir al club Huracán, donde enseñaba un militar salteño de apellido Sánchez Casaña. Desde que tengo memoria estoy ligado al folklore”.
Además de bailar, el “Peti”, como lo conocen los villaguayenses, vagaba a sus anchas en una infancia feliz por aquel barrio que, por entonces, casi marcaba el límite de Villaguay.
“La Rivadavia estaba asfaltada hasta Dorrego, o sea que mi casa estaba sobre calle de tierra. Y dos cuadras más al norte ya no había nada casi nada. Me acuerdo que solíamos ir a pasar las siestas a la laguna de Chicholo. Y el viejo se enojaba por le espantábamos los caballos que iban a tomar agua allí. Un día nos sacó a latigazos. El doctor Secchi, que andaba conmigo, ligó un chirlo importante”.
En la Mitre, Olivera fue un alumno del montón. Pero en la secundario mejoró y llegó a estar en el cuadro de honor cuando egresó en 1962. Más allá de esa distinción, lo que más recuerda del Colegio es su sótano.”Habíamos armado la Peña Villaguayense, que funcionaba ahí abajo”.
Tan vinculado como estaba al folklore, el joven Raúl Ricardo no dudó ni un instante cuando le dieron el diploma de bachiller. Ya tenía bien en claro lo que quería hacer de su vida y lo hizo.
“Me fui a Buenos Aires y me anoté en la Escuela Nacional de Danzas. Primero vivía en lo de unos parientes. Pero al poco tiempo me hice amigo de un muchacho y me mudé con él”.
La mudanza no fue algo planificado. Es que el padrino de su amigo trabaja como gerente del hotel Jockey Club, nada menos que sobre la calle Florida, en pleno centro porteño. Y les dijo que en el último piso tenían un cuarto que nadie quería porque estaba conectado a la terraza.
“Lo arreglamos, lo pintamos y nos mudamos al piso 16. ¿Qué más queríamos? Estábamos en pleno centro de Buenos Aires”.
Tres años estudió en aquella Escuela que años más tarde adquiriría rango universitario y apenas terminó armó las valijas y se volvió a la casa de sus padres —Salvador Olivera y Celsa Nader-, en la misma calle Rivadavia donde había crecido.
“Con el título bajo el brazo salí casa por casa a buscar alumnos. Y arranqué El Sauce con 25 chicos. Han pasado 47 años”.
Olivera dice que no sabe cuántos villaguayenses han pasado por la escuela. Pero como le insisto saca una calculadora. “Mira, son en promedio 90 chicos por año. Eso multiplícalo por 47 y te da 4230. Son muchos”.
“El Sauce”, la escuela que creó y que le legó a Maxi, es una de las pocas academias que otorgan títulos oficiales de profesor de danza y folklore en la provincia. Y más allá de esa formalidad, que no es menor, se ha ganado el respeto del público en todos los escenarios a los que sus bailarines han subido. Hoy, El Sauce es palabra mayor en Entre Ríos y en muchos otros lugares de la Argentina.
“Uno de los orgullos que tengo es que hemos estado en todas las provincias Argentinas. En todas, eh. Hasta en Tierra del Fuego. Recorrimos todo el país” se enorgullece Olivera.
Además de bailar en todos los rincones de la patria, El Sauce también llevó sus danzas afuera de los límites de la Argentina. “Hemos ido a Venezuela, a Costa Rica, Bolivia, Perú. Y en Chile estuvimos como cinco veces”.
Sin embargo, el sitio en el que Olivera se sintió más reconocido fue en Estados Unidos, adonde fueron a parar casi por casualidad.
“Oscar Miranda y Juan Ángel Redruello habían ido a hacer un curso de política internacional a Norteamérica. Y tiempo después algunos de los profesores de ese curso vinieron a la Argentina y ellos los invitaron a conocer Villaguay. Nosotros estábamos haciendo una fiesta de in de curso en la placita Ramírez y los llevaron a vernos. Y los tipos nos invitaron a ir. Yo al principio no le di mucha importancia. Parecía de esas invitaciones que se hacen de compromiso. Pero no. Al tiempo nos llevaron, nos pusieron en un hotel y nos sacaron a todos lados en una combi. Fue hermoso porque nos sentimos reconocidos. Una de las experiencias más lindas que viví”
Olivera no sólo dirige a sus grupos de danzas. Además es coreógrafo. Y de los buenos. “Tengo algunas coreografías que han sido premiadas. Por ejemplo, hay una que se llama ‘Estampas de la siembra’ que fue reconocida por la Organización de Estados Americanos. Y otra que también recibió muchos elogios fue ‘Homenaje a América’ donde incluí danzas de 12 países”
Y además de eso el villaguayense da conferencias adonde lo llaman. “Ahora estoy vinculado a la secretaría de Cultura de la nación y de tanto en tanto me convocan para dictar alguna charla en cualquier lugar del país. Dentro de poco tengo que ir a Santiago del Estero”
Ni la dirección de los conjuntos, ni el diseño de coreografías ni el contenido de las conferencias surgen de la improvisación. Detrás de eso hay una tarea importante de investigación, y así lo acreditan los ajados libros que llenan toda una pared de su estudio.
“Sí, hay que estudiar mucho, pero no hay nada más valioso que la experiencia. El andar por un lado y el otro, conocer gente, adentrarse en su cultura. Ahí es donde uno aprende de verdad”
Para Olivera la vida se reduce al folklore. Por eso no duda en confesar: “Si me sacan de esto me muero. Se me ha pasado la vida volando, pero la he disfrutado mucho haciendo lo que hago”
Que Dios te espere con un tablado, en lugar del tradicional arpa, amigo.Te lo mereces.
Un recuerdo con cariño al “profe” Peti Olivera.