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Villaguay y su palmera milagrosa
Por MIguel Angel Federik

A fines del 2006 y confirmando que lo mejor de los congresos y encuentros son las sobremesas, conocí en el Club Social de Concepción del Uruguay a don Carlos Castagnino, descendiente de aquellos genoveses que por derecho propio integran la lista de las familias fundacionales de nuestra ciudad.
Como no podía ser de otra manera, hablamos de nuestra tierra -Villaguay claro está- y salimos a caminar por esos rincones de la memoria colectiva que vive y se conserva en aquellos que no sólo la siembran, sino que a su vez la aman y la protegen como algo sagrado, puesto que no sólo los naturales tenían ese sentimiento...sino también los inmigrantes y sus hijos bien nacidos, que gozaron y profesan esa razón de amor al suelo en que se vive.
En determinado momento y formando parte de los prodigios de la literatura, apareció la Palmera Milagrosa de Villaguay. Don Carlos me preguntó si sabía algo de eso. Le dije que había escuchado hablar de ella, pero sólo en boliches de campaña entre barajas y algún atardecer con guitarra, como formando parte de esas leyendas de autoafirmación en el milagro que necesita toda criatura para tenerse en pie en una realidad, generalmente brutal y adversa.
Le dije que nunca me había animado escribir algo sobre la misma -porque siendo un hombre de cuidad y de letras- nadie me iba a creer y menos si lo decía en un poema, ya que la gente cree más en la televisión -que es una mediación virtual- que en las palabras de un escritor que es mediadora de mundos reales.
Entonces don Carlos me dijo: “-Yo tengo la prueba y se la voy a mandar”. Y hombre de palabra me regaló esa prueba y ahora estoy en frente a la “quinta página” del diario EL CENSOR de Gualeguaychú del día Martes 25 de Enero de 1944, escribiendo esa noticia de cuando algo mágico nos visitaba.
Se titula: “EL MILAGRO DE UNA PALMERA FAMOSA ENCLAVADA EN LAS SELVAS DEL MONTIEL - Leyendas Sugestivas- Una bendición de Dios- Propiedades terapéuticas”- La agonía de los Montes.-... Y luego cuenta una realidad maravillosa anterior al supuesto “realismo mágico” que ya fue inventado por Cristóbal Colón. Y por supuesto, anterior a la desoladora visión satelital de nuestros campos de hoy, donde se impone el amarillo, de la irrefrenable extensión de la inclemente frontera agraria.
Dice en “EL CENSOR” Adolfo Perotti: “-...Corría el año 1870 cuando apareció en el distrito de Raíces Oeste del departamento de Villaguay, campos de los Velázquez, una palmera de características originales que llamó la atención de los vecinos, provocando toda clase de comentarios. Era aquella una época de prolongada sequía, desesperante situación que se agravaba por un horizonte erizado de peligros y amenazas. Ese hermoso ejemplar de Yatay que creció paulatinamente, mide en la actualidad dos metros de circunferencia y tiene una altura de dieciocho metros. En el tronco a ras de tierra, presenta un hueco de cuarenta centímetros de profundidad por donde surge permanentemente un chorro de agua cristalina y fresca, con la excepcional particularidad que sustituye inmediatamente la cantidad que se extrae y jamás se rebasa...”
Y como si esto fuera poco, el artículo se ilustra con una fotografía, para prueba de los incrédulos de siempre. Y viendo ésta -donde hay un hombre parado- los dieciocho metros se hacen casi creíbles y viendo el caballo y el algarrobal detrás, quizás también su diámetro.
Se dice que estas “aguas curativas” eran buscadas por las tropas de Urquiza y los heridos de todos los bandos en las contiendas de ayer. Escuché que tenía atado con cadenas un jarro para el caminante... Se dice que era 1870...en albores del Jordanismo. Se dice que esa palmera fue el consuelo del sediento en las Selvas del Montiel...y que “hombres estudiosos atraídos por las curiosas leyendas han observado el fenómeno llegando a las más variadas conclusiones...”
Cuenta que el Dr.López Etchevehere lamentaba “con dolor ver como agonizaba el monte aborigen”. Digo hoy: el Dr. Emiliano Carulla por los mimos años 40´ advertía sobre la destrucción de la selva de Montiel que se iba como leña por los “puertos naturales” a suplir las deficiencias enérgicas de la Europa en guerra, haciéndose portavoz inaugural de cuánto ahora llamamos defensa del medio ambiente. Nuestros mayores escribieron, advirtieron y señalaron con anticipación suficiente, muchas cosas. Tal vez no sería pérdida de tiempo, leer en el ayer las cosas que hoy nos están pasando.
Lo cierto es que un diario de Gualeguaychú del 25 de Enero de 1944, daba noticias de que en el departamento de Villaguay había una palmera milagrosa de aguas curativas... También es cierto que hoy no existe. Algunos dicen que “la partió un rayo” repitiendo al modo popular el ciclo cósmico y sagrado: “lo que el Cielo da, el Cielo quita”.
Hacheros actuales de los pocos montes que van quedando en el Departamento me han dicho: “No se crea eso... Toda palmera de agua en las raíces...”amortiguando aquel prodigio...o haciendo gala de ese conocimiento popular que transfiere de una palmera a todas las palmeras las mismas facultades y propiedades mágicas.
Tuvimos una “palmera milagrosa con aguas curativas” y de ella bebieron y con ella curaron sus heridas los guerreros que inventaron ambas patrias: la de Entre Ríos y la otra que nos mira de soslayo. De ella daban cuenta los diarios de Provincia y los hombres estudiosos del S.XX. En la cosmogonía guaranítica la primera tierra se sostenía sobre cinco palmeras eternas. Tal vez la de Raíces Oeste fue hija de una de aquellas palmeras sagradas que sostenían el mundo real y permanente.
Sé muy bien que las concepciones de la tierra sagrada no cotizan en los mercados a futuro de Chicago. Y en un país que pasa velozmente de la esperanza en el facilismo a la decepción irremediable, no es mala noticia recordar que lo milagroso cotidiano forma parte de la historia y del presente. Y tengo la prueba: esta página de “El Censor” de Gualeguaychú del Martes 25 de Enero de 1944 que ahora devuelvo a mis vecinos como la recibí: de mano de otro vecino. Intacta. Y apenas comentada.
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