Él siempre supo que quería una vida diferente. Y juntando cartón por cartón y peso por peso, se costeó sus estudios y se fue acercando a esa vida que anhelaba para él y su familia. Leoncio Quinteros es un santiagueño de 22 años, que vivía en el barrio 8 de Abril, y desde adolescente soñó con integrar las Fuerzas Armadas.
Después de muchos años recolectando cartón y vendiendo pan y chipaco en el puesto de sus padres en la calle Juncal de Santiago del Estero, Leoncio llegó a ser cabo segundo de Mar y este sábado zarpará como gaviero en la Fragata Libertad. Su madre, Olinda Quinteros, con mucho orgullo y satisfacción contó a su historia de sacrificio y superación al diario santiagueño El Liberal que publica la noticia.
Vocación y sacrificio
“Creo que eligió esto por instinto, porque mi abuelo era marinero, y porque él quería cambiar su vida y la de nosotros. Su papá tiene 64 años y siempre dijo que quería darle otra vida. Nosotros lo criamos juntando cartón en la calle y en una empresa de aquí. Además, hace 24 años que vendemos tortillas y pan. ‘Si no soy militar, voy a estudiar algo del Regimiento, pero quiero irme’, me dijo mi hijo dos años antes de terminar el secundario”, relató Olinda.
Con ese deseo, el apoyo de sus padres y las buenas personas que se cruzaron en su camino, Leoncio pudo llegar a las Fuerzas Armadas. “Cuando cursaba el último año del secundario en el Colegio de Fátima -donde fue abanderado y se graduó con el mejor promedio en 2012- fuimos al Regimiento a preguntar por las inscripciones, pero por una serie de papeles que necesitaba no pudo entrar.
Pero un día yo que estaba viendo la tele, vi un reportaje de la Fragata y escuché que podríamos consultar al suboficial retirado Camus en Santiago, que vivía cerca de donde vendíamos pan. Cuando me fui a vender nos dimos cuenta que Camus era cliente nuestro. Le contamos de Leoncio y el suboficial se interesó en él, lo inscribió, le abrió los caminos. Desde ahí fue todo un sacrificio llevarlo a Tucumán para que rinda los exámenes”, contó Olinda.
Preparación
Mientras seguía cursando el quinto de la secundaria, comenzó a prepararse con la ayuda de un profesor de Matemáticas que también le enseñó Física y Química, después de clases. Además, una catequista le enseñó Lengua y Literatura. Como no podía pagarles y su tenacidad y entusiasmo seguía intacto, Olinda acordó lavarles y plancharles la ropa.
Así Leoncio pudo rendir e ingresó como aspirante a la Escuela de Suboficiales de la Armada, en el 2013. Le costó mucho reunir el dinero para viajar a Tucumán, desde donde salía el colectivo para Punta Alta (Buenos Aires), y ese día sólo pudo acompañarlo su papá. Era la primera vez que se iba de Santiago, y con él todos sus recuerdos.
Luchar contra la nostalgia
“Estuvimos un mes sin saber nada, sufriendo sin tener noticias. Luego pudimos viajar gracias al intendente, Hugo Infante, que nos dio los boletos para ir a Bahía Blanca. Allí supimos que se quedaba en la escuela y fue una gran alegría. Aunque pidió dos o tres veces la baja, porque se encontraba solo y la nostalgia lo abatía, no le dieron porque era muy buen alumno”, dijo la madre de Leoncio. Y en abril del 2013, el joven trajo de regalo la estrella de honor por ser buen alumno y buen compañero.