Por Ana Malena (Publicado en edición del 13 de octubre de 2013 en El Diario del Domingo)
Mi soledad les molesta más a los demás que a mí. En verdad, no sé si la palabra es “molestar”, más bien diría que el resto del planeta esta empecinado en que yo no siga estando sola. A pesar de que mi soltería está recién estrenada, la mayoría de quienes me rodean se preocupan por conseguirme todo tipo de hombres dispuestos a subirse a la pasarela de mi elección privada de futuro novio. A fuerza de comentarios (a veces sutiles, a veces explícitos) mis amigos y familiares me proponen una serie de potenciales amores, como si fuera posible que yo eligiera entre alguno de ellos y, mágicamente, se convirtiera en el príncipe azul de mis cuentos.
¨tengo un amigo de mi novio que es ideal para vos… te juro que lo veo, y ya los imagino juntos¨, ¨Ana, te voy a presentar a Ruben, es un muchacho tan bueno, tan trabajador… y está solo, igual que vos¨, ¨el otro dia vino al local un jovencito que parecìa tan interesante… yo enseguida le pedi que me deje el número de teléfono, aca lo tenés …le dije que mi sobrina era hermosa y que estaba soltera, asi que te va a agregar al Facebook, sabés…¨
Ante estas situaciones, generalmente tengo sentimientos encontrados. En principio me genera un rechazo profundo cualquier intento de ¨enganche¨ por parte de mis conocidos, me violenta sobremanera esa extrema necesidad de ¨ubicarme¨ con cualquier masculino que se presenta un poco libre. De pronto, me siento un producto de cosméticos de venta por librito, un objeto en exposiciòn en una vitrina que debe ser vendido al mejor postor. Como si fuera poco pareciera que cuanto más tiempo pasa, menos chances tengo de seleccionar a mi posible comprador. Para todos mis allegados, si alguien tiene más de 21, es hombre y no tiene compromisos, puede convertirse en el hombre de mi vida. No importa si a mi me gusta o no, no importa si tenemos feeling o si hay onda, no importa si es alguien interesante o no. Simplemente puede ser mi novio y punto. Como diría mi padre… ¨ya es tarde, y el pescado sin vender¨.
Por otra parte me sucede que, superando el primer rechazo extremo ante la posicion casamentera del resto de los mortales, en algunos casos (la mayoría) empiezo a evaluar la situación en silencio. Busco los nombres de los candidatos en el FB para ver cómo son, y si los conozco personalmente, empiezo a mirarlos con otros ojos. No son ojos libidinosos, ni mucho menos. Son ojos atentos, que se pasan observando situaciones reales y posibles, situaciones que pueden darme alguna señal de ¨ser el elegido¨, alguna visión que prevea un futuro compartido. Por ejemplo me encuentro en reuniones de amigos, compartiendo un vino con uno de los ¨potenciales¨y no puedo dejar de mirarlo pensar si es posible que ése muchacho de cachetes regordetes pueda convertirse en mi enamorado. Aunque no me atrae fisicamente ni me convence su conversación, trato de hacer el esfuercito para ponerle onda. Recuerdo la frase de mi sicóloga que me repite una y otra vez ¨sería importante que puedas salir del molde, pensar en otro estereotipo de hombre para vos, Ana¨. Ok, ya lo sé. Ya sé que el perfil bohemio, demasiado inteligente, artista y creativo,en el fondo es un problema. Ya sé que puedo enamorarme de ¨gente normal¨. Debo intentarlo, simplemente es cuestión de proponermelo. Si tal vez los miro con cariño, la magia suceda.Mientras intento una y otra vez que algo me enamore de ese flaco, la chispa no aparece. No existe ni una pisca de su ser que me entusiasme, simplemente nada me atrae.
En otros casos, la situación es diferente (y por suerte un poco más alentadora). Tengo una pareja de amigos que me ha presentado un muchacho que puede llegar a calificar como un potencial amor. Es casi de mi edad, tiene trabajo, es interesante y bonito. Tiene una voz fantástica y una sonrisa muy bonita, de esas que sonrien con la mirada. Califica, si señores. Pero como suele suceder en estas ocasiones, me convierto en un potus. En lugar de sacar los mejores aspectos de mi personalidad, mostrarme segura y confiada, exponer mis costados más interesantes, me pongo abombada, literalmente. Es como si hiciera una regresión a mis peores momentos de la adolescencia, donde me sentía regordeta y feucha, donde cada vez que abría la boca decía una pavada. Así, exactamente, me siento cuando me encuentro con alguien que podría convertirse en un futuro amor. Entonces, el cuadro se vuelve un tanto bizarro. Yo, que generalmente me caracterizo por mi charla interesante y sostenida, me paso contestando con monosílabos, mirando el piso, levantando la cabeza solo para responder algunas cosas que me preguntan específicamente, sonrojandome ante alguna pregunta del muchacho en cuestión. Me vuelvo torpe, indecisa, atontada. Y lo peor es que soy totalmente conciente de lo que me sucede, pero no puedo evitarlo.
En estos momentos, pienso que seria mejor volver el tiempo atrás. Retroceder a las viejas épocas donde los matrimonios eran arreglados. Aunque derribe absolutamente mis convicciones feministas, fantaseo con la idea de que era más facil aquella realidad. No habia que preocuparse por gustarle a nadie, por agradarle a otro, por seducir o conquistar. Las decisiones las tomaba otro y asi se resolvia el futuro de la gente. No se solucionaría mi soledad, pero por lo menos, la mirada de los otros no estaría tan preocupada por verme acompañada.
Por lo pronto me declaro incompetente emocional y afectiva, y en estas lineas aseguro que me resistiré a todo tipo de influencia externa sobre mi estado solitario. Harta de tanta influencia externa, aquí en más estoy de huelga de amores. Salud!