(Por Ana Malena) – Desde que vivo sola, tengo a Gatilda que me acompaña. Es una gata rechoncha y caprichosa que (como todos los de su especie) hace lo que quiere. Y tanto hace lo que quiere, que ejerce cotidianamente de perro. Básicamente desde que nos conocimos, ha demostrado tener aptitudes perrunas: sale a recibirme a la puerta, dando ágiles saltos a mis pasos y contorneándose panza arriba en el suelo, esperando que la acaricie. Cuando almuerzo, adopta esa actitud pedigüeña de los perros que esperan lastimosamente la caída de una migaja que les haga probar un poco de ese manjar humano. Mi gata no es elegante: suele reposar patas arriba, mostrando toda su “femineidad” al público presente, durmiendo con la boca abierta y despatarrada. Ella se entrega al placer de existir con tanta facilidad, que da envidia. Tampoco es coqueta o distante como otros gatos. Es un bicho mimoso, dependiente, juguetón. Es una perra encerrada en cuerpo felino.
Hace poco llegó a mi hogar Lola, una cachorra negra y tiernita, que fue abandonada en la calle. Aunque reconozco que no tengo experiencia en el tema y carezco de todo sentido común como dueña de mascotas, la situación me superó. Me resulta inconcebible la situación de abandono, y más con un bicho tan simpático y querible como este. Desde que la vi, no la dejé ir. Y así fue que la traje a vivir a casa. Desde entonces, me paso las tardes mirando a mis mascotas, observando sus actitudes, sus reacciones, sus formas de ser. Es genial verlas relacionarse desde sus diferencias y recelos. Mientras Lola, la perrita, busca relacionarse y jugar todo el tiempo con la gata, Gatilda la observa distante y la deja hacer, pero con desconfianza. Hasta que se harta y le tira un arañazo. Pero lo más curioso se dio hace un par de días, cuando empecé a observar a la cachorra. ¡Ahora parece que ella quiere ser gato!De tanto insistir con relacionarse con Gatilda, se esta mimetizando. De pronto, con ese cuerpo regordete y petacón intenta saltar todos los muebles hacia arriba y hacia abajo; juega fervorosamente con un ovillo de lana, come la comida de gatos, y el otro día la descubrí haciendo pis en las piedritas sanitarias (o sea, usando el baño felino).
Observando a estas dos hembras, confundidas en sus roles, trastocadas en su naturaleza, luchando por encontrarse en el nuevo hogar, se me ocurre que,después de todo, no son muy diferentes a las hembras humanas. En general, las mujeres queremos ser otra. Desde el momento en que tomamos conciencia del mundo exterior, en el punto exacto en que percibimos que, además de mamá, existen otras mujeres tan bellas y atractivas como nosotras, comienza el desafío. Miramos a las demás mujeres como si viviéramos en un gran espejo invisible. Todas y cada una de las damas que nos rodean van moldeando un formato de mujer a la cual aspiramos. Pero por sobre todas las cosas, esas otras mujeres siempre tendrán aquello que nosotras deseamos. Las que tenemos rulos, queremos tener el pelo lacio. Las que de caderas prominentes quieren ser delgadas, las tetonas esconden sus escotes detrás de la vergüenza, las rubias oscurecen sus cabellos, las morochas los aclaran, la que tiene ojos rasgados se maquilla agrandándolos y la de ojos grandes se delinea para que parezcan más sutiles.
Esta actitud inconformista ante el mundo, también se reproduce en otros aspectos de la vida de las mujeres. En el caso de las mujeres que están solas, anhelan encontrar al amor de sus vidas, formar una familia y llenarse de hijitos. Ven desde lejos las parejas que visitan juntas el supermercado, que hacen las compras y se divierten con sus críos; envidian ese carrito lleno de porquerías que rebalsa hasta casi explotar y parece hacer alarde frente a la modesta canastita que acarrea la soltera, con 5 productos light, papel higiénico, chocolates y un vino. Sin embargo, si llegan a lograrlo, si efectivamente encuentran un compañero que no sólo es un bombonazo maduro(que hasta tiene un posgrado) sino que además es dulce y buen padre, la nueva mujer-madre añorará desde la ventana de su cocina la vida de la vecina de enfrente: soltera, treintañera, que sale todos los fines de semana y conoce mucha gente, que baila hasta el amanecer y a quien ella ve regresar con un amigo diferente cada madrugada mientras cambia pañales una vez más. Cada una desde su vereda, esconderá un deseo irrefrenable de llevar la vida de la otra, aunque sea por un rato.
Esta célula inconformista suele ser un arma de doble filo. Por un lado nos posiciona en un lugar bastante oscuro, donde el deseo de ser otra puede transformarse en un aspecto bastante odioso, ya que siempre estaremos dispuestas a buscar en la otra aquello que no tenemos y convertirnos en seres despreciables. Si dejamos que el motor de nuestros actos termina siendo la envidia, estamos fritas. Por suerte, en la mayoría de los casos, esta tendencia es sólo eso, una simple tendencia. Nos aferramos a la idea de no tener lo que deseamos, porque es en esa búsqueda donde encontramos el sentido a la existencia. Si por casualidad (y por fortuna) logramos mantenernos al margen de la envidia, este inconformismo simplemente se convertirá en el combustible ideal para seguir caminando en esa búsqueda, ese impulso que nos lleva a descubrir las mil y una facetas que pueden aparecer en una sola mujer, nos hace renacer una y otra vez.
Es entonces cuando agradezco haber nacido hembra. Porque siento que es la naturaleza la que nos habilita estos renaceres, nos da las armas para reconstruirnos y volver a ser siempre una misma.
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