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Villaguay | Entre Ríos | Argentina | Domingo 24 de agosto de 2008

Donde habita el olvido

Por LA MOSQUITA

Sola. Aislada. Vacía. Ya no entiende cuál es su función. En su momento lo tenía más que claro, pero el tiempo fue arrancando sus certezas y desdibujando su rol.

Hubo un tiempo que fue hermoso, en el que guardaba todos sus sueños en castillos de cristal, pero después todo se fue desvaneciendo como una pompa de jabón, gritaba Sui.

Y durante ese tiempo hermoso, cuando los autos y camiones advertían su presencia, la miraban. La miraban y suspiraban. Suspiraban, y una mueca semejante a una incipiente sonrisa se alojaba en sus rostros

Su figura, firme, estacionada en aquella intersección del mapa, confirmaba lo que se avecinaba. Hoy lo sigue haciendo, pero ya no es lo mismo. Ya no.

Sus voces se fueron derritiendo, hasta desaparecer. Ya no hablan, ya no dicen, ya no invitan, ni atraen. Ni convencen.

Su cuerpo se quedó sin alma. Ahora es una caja vacía y fría. Perdió su encanto, y su propósito yace desmayado en el recuerdo.

Aunque es conciente de que casi nunca pasa desapercibida, siente que se olvidaron de ella y que ya no la tienen en cuenta.

Tiene la sensación de que cada tanto algún que otro cráneo piensa que sería interesante volver a regalarle un poco de vida. Y entonces se deja ganar por el entusiasmo, pero sus esperancitas mueren ni bien asoman el hocico.

Cuando el calendario marca noviembre o diciembre, la ilusión vuelve a tomar forma y ella espera, paciente, que alguien se le acerque, le enchufe un mimo, y abra sus puertas para siempre. Pero entrado el mes de enero, la utopía vuelve a tropezar con la realidad.

Si bien nunca estuvo rodeada de multitudes ansiosas por lograr que sus voces le brinden detalles de esa porción del planeta que vivía a sus orillas, soñaba con la posibilidad de que al menos un puñado de sujetos ingresen a ese cuerpo para dejarse seducir por los planes que ella tenía para proponerles.

Los seres que alguna vez se entregaron a la tentación que ella generaba, lo hicieron porque en su cuerpo habitaban otros seres, cuya función era estimular en el resto del mundo las ganas de hundirse en una ciudad.

Pero poco a poco su cuerpo se fue vaciando, los seres que le daban vida se fueron mudando y quedó un simple hueco. Un agujero.

Ella, la pequeña mole, se encuentra anclada en el cruce de la ruta 18 y el acceso norte. Su piel es de ladrillos y tiene un enorme cartel colgado de su cuello, que dice, “Villaguay”. También tiene un par de lágrimas que hacen fila en la esquina de sus párpados.

Siempre, siempre tiene algo de bronca para masticar y más de una vez estuvo a punto de caer, abrazada a una sobredosis de impotencia.

Pero es porfiada y no piensa permitir que le tuerzan el brazo. Dice el gallego que ella sigue de pie, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Una vez me contó, un amigo común, que la vio donde habita el olvido.

La Mosquita

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