Mi muy estimada:

Como está de moda escribir cartas abiertas, lo hago. Sé que jamás leerá esto y sé que, si lo leyera, pensaría lo que yo, en otras circunstancias, también pensaría: “Esto es de un gorila”.

¿Cuál es la diferencia entre usted y yo, entonces? Varias: yo puedo pensar lo que quiera porque soy nadie, usted tiene que pensar en el conjunto; yo me doy cuenta que a veces soy prejuicioso y me avergüenzo por ello; usted parece orgullosa de serlo.

¿Qué le pasa señora?  La formulación de la pregunta ya es un indicador de cómo han cambiado mis sentimientos hacia usted.

Antes le hubiera preguntado “¿qué te pasa Cristina?” Pero hoy, con sus actitudes, no me nace la familiaridad. Es que la veo lejos, y le confieso que me resulta cada vez más difícil decir algo bueno de usted cuando los amigos radicales la critican en un asado o cuando la gente en la calle la putea porque aumentó el aceite mientras usted se rasca. Y hasta ya ni siquiera intento defenderla cuando escucho las huevadas de siempre sobre sus viajes y su botox.

¿De verdad se rasca señora?

Me resulta difícil creer que una militante –¿eso era usted, no?- mire para otro lado cuando aparecen los problemas, o que, inteligente como dicen que es, intente resolverlos de la peor forma: mandando a Moyano a pelear con los chacareros o a D’Elía a pegarle a los caceroleros coquetos o a Moreno a putear a Dios y a medio mundo.

Usted debe saber más, pero a mi me enseñaron que así no se arreglan las cosas.

Yo entiendo que la cuestión de la inflación, por ejemplo, es un tema complicado. Sé que hay cuestiones internacionales que influyen mucho y que es casi inevitable que aumenten las cosas cuando un país crece al 8 por ciento anual durante cinco años seguidos.

Yo entiendo eso. Pero no entiendo que usted no entienda. Los números del INDEC son un chiste viejo que ya me hartó. ¿Usted de verdad cree que alguien se los cree?

¿Usted cree que las personas que van al súper y pagan 100 pesos por dos miserables bolsitas de alimentos se creen el cuentito del INDEC? No puedo creer que usted, una mujer inteligente, lo crea.

Sin otro particular, y recordándole con énfasis que atrás de estas líneas no hay un gorila, la saludo con el mayor respeto y cada vez menor estima.

MC