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Por el Dr. Manuel Langsam
Pequeños hechos a veces a veces traen consecuencias no deseadas. En la década del 50 un suceso que, al principio pareció intrascendente, llegó a dividir a Domínguez en dos fracciones irreconciliables durante muchos años. Pero también dio lugar a que el fútbol tuviera un auge y una trascendencia desconocida hasta entonces. Gente que en su vida se había interesado por una pelota, se hizo fanática de uno u otro bando y comenzó a intervenir en la vida de los clubes interesándose en que jugadores vendrían o como formaría el equipo.
El origen de todo fue la exclusión de un jugador del equipo de Domínguez por parte del técnico. Esta exclusión no se dio por motivos deportivos sino por cuestiones personales entre el técnico y el jugador. Pero resultó que el jugador en cuestión era de los mejores con que se contaba. Un cinco (o centrojas, como se los llamaba entonces) que cubría todo el medio campo, tapaba todas las fallas de los otros defensores y era terrible cabeceando en el área rival.
Ese día se perdió por goleada y al finalizar el partido, parte de la comisión directiva se apersonó al técnico para pedirle que revea su decisión de sacar del equipo al jugador. El técnico se negó rotundamente y aseguró que mientras el estuviera al frente, el excluido no volvería a jugar. Hay que aclarar que, además, este hombre era un poco “el patrón” del club. Y se sentía firmemente apoyado por el presidente y otros miembros de la comisión directiva.
Entonces los disidentes comenzaron a reunirse para resolver que actitud tomar y decidieron que ya que no había vuelta atrás, llamar a una asamblea en el salón de la biblioteca Sarmiento y resolver en definitiva los pasos a seguir. Téngase en cuenta que, como en todos los pueblos, la performance del equipo de futbol del lugar ocupaba un lugar muy importante en la vida de la población, pero era impulsada por un grupo muy reducido de personas. A partir del quiebre, todo el pueblo, sin excepción, tomo partido por uno u otro bando.
Después de mucho discutir y que surgiera gran diversidad de opiniones sobre el futuro del fútbol, se aceptó la idea de formar un nuevo club que, a propuesta de Manuel Ojeda ( ex comisario y Juez de Paz de la época) se llamaría Independiente, usaría la camiseta roja de Independiente de Avellaneda y formaría un equipo de futbol afiliado a la Liga Villaguayense para intervenir en los campeonatos oficiales de la misma.
La propuesta tuvo aceptación de la asamblea de vecinos, se designó una comisión provisoria para organizar el nuevo club, captar socios, conseguir un terreno para la cancha, redactar los estatutos y luego conformar una comisión definitiva. Recuerdo que esa comisión fue presidida por el nombrado Manuel Ojeda, actuando como secretario Nisio Katzenelson.
El otro club, el ya existente, paso a llamarse Centro Deportivo Domínguez, adoptó una camiseta roja y blanca a bastones y quedó presidido por David Charchir, que trabajo mucho para llevarlo adelante, continuando en el cargo hasta su prematura muerte.
Desde ese momento, Domínguez quedo dividido en dos fracciones irreconciliables, celosas la una de la otra, y también comenzó la lucha por los jugadores para ser fichados, ya que si hasta el momento todos eran libres por no intervenir en ningún torneo oficial, al afiliarse ambos clubes a la Liga Villaguayense de Futbol, quedaban fichados a disposición del club. Pero Domínguez no daba para conformar dos equipos competitivos con solamente los jugadores locales, y como no era cuestión de quedar con un cuadro débil frente al que sería un rival a vencer y humillar si fuera posible, también se comenzó a fichar jugadores libres de pueblos vecinos. Así, el Centro Deportivo se surtió de jugadores de Las Moscas y La Capilla (hoy Sajaroff), e Independiente trajo jugadores de Villaguay y sobre todo de San Salvador.
Cuando llegaba al pueblo algún nuevo empleado al elevador oficial, el ferrocarril o el correo, los dirigentes se abalanzaban sobre el mismo para preguntarle si sabía jugar al fútbol y, en tal caso, ficharlos.
Se traían buenos jugadores, lo que elevó el nivel de competición de los equipos, pero resultaron una sangría para las finanzas de los clubes, ya que había que pagarles los pasajes o conseguir movilidad para traerlos, alimentarlos y alojarlos, a pesar que muchos eran invitados a quedarse en casas de allegados a las instituciones.
Era tal el ansia de jugar y la responsabilidad por el compromiso contraído, que en una oportunidad los jugadores de San Salvador, que normalmente venían en el tren lechero los domingos por la mañana hasta el Empalme y luego se los buscaba en un auto hasta Domínguez, perdieron el tren. Por supuesto, no había celulares y conseguir una comunicación telefónica podía llevar horas. Esa tarde jugaba Independiente contra Sarmiento en Villaguay y, sin noticias de los ausentes, ya que el auto desde el Empalme había vuelto vacio, se decidió completar el equipo con jugadores juveniles y suplentes, exponiéndose a una gran derrota y vergüenza ante el otro club local, antes que no presentarse y soportar una fuerte sanción de parte de la Liga.
Ya en el estadio y a pocos minutos de de tener que presentar la planilla con la conformación del equipo (y una vez presentada no había cambios posibles), como una aparición fantasmal, se vió aparecer al trotecito y agotados a los cuatro muchachos de San Salvador pidiendo sus equipos para cambiarse y disputar el partido. Al perder el tren, decidieron venirse a dedo hasta Villaguay y consiguieron llegar hasta El Lucero. Desde ahí no lograron que los arrimara nadie hasta la ciudad y como se acercaba la hora del partido, se vinieron trotando desde El Lucero hasta la cancha de Sarmiento (unos 7 kmts.) llegando cansados pero felices con poder cumplir con el compromiso y disputar el encuentro.
La disputa entre los clubes también existía a nivel de la organización de festivales, bailes (los simpatizantes de un club no iban a los bailes de “los otros”), y también en la propalación de publicidad y música diaria dirigida por los altavoces instalados hacia la calle. Como las sedes de los clubes estaban a una cuadra uno del otro, el atronar de la música se volvía infernal para el resto de la población. Tal era así, que tuvo que intervenir la Municipalidad para ponerle horario de transmisión a cada club como también moderar el volumen de la propalación.
Los domingos en que se disputaban los partidos no había mayores problemas, ya que con buen criterio la Liga dispuso que a un club le tocara jugar en Villaguay y al otro de local en Domínguez.
Pero… cuando llegaba la fecha en que debían enfrentarse entre ellos, cambiaba todo. Ya desde que comenzaba la semana se notaba el nerviosismo y la inquietud no solo en los hinchas cercanos sino en toda la población, sean jóvenes, mujeres o personas de edad. Y esa inquietud se iba acentuando a medida que transcurrían los días y se acercaba el fin de semana.
A los jugadores de afuera se los hacía venir ya a mediados de la semana para asegurarse su presencia, debiendo alojarlos, alimentarlos y cuidarlos para que no “cometieran excesos con la bebida o en salidas nocturnas”.
El domingo amanecía en un silencio total y así transcurría el resto de la mañana, con el temor de que cualquier mínimo hecho derivara en una situación de violencia.
Llegó un momento en que la Liga de Villaguay dispuso, (también con buen criterio y por cuestiones de seguridad) que los partidos entre Independiente y Deportivo se jugaran en Villaguay y en una cancha neutral. Ese día, a partir del mediodía el pueblo quedaba desierto. Camiones, autos, taxis, no daban abasto para trasladar la gente a la cancha para ver el partido. Los pocos que se quedaban tenían la oportunidad de enterarse sobre el desarrollo del encuentro a través de la central telefónica en donde Federica Segal, a cargo de la oficina, solía conectarse con la central de Villaguay y ahí algún colega suyo, hablar por teléfono a la cancha y luego pasar el resultado parcial a Domínguez.
Finalmente, al caer la tarde, la explosión de un lado y el silencio del otro. Adelantado el resultado por la vía telefónica, abría la sede del equipo ganador y empezaba a atronar con música y palabras de festejo, mientras a una cuadra, la otra sede quedaba envuelta en el mas absoluto silencio.
El festejo alcanzaba su punto culminante cuando llegaba el camión que transportaba a los jugadores seguido por la caravana de simpatizantes que daba varias vueltas al pueblo cantando y gritando.
Esa noche había gran reunión con cena, música y baile en la sede ganadora, mientras el club rival quedaba sumido en la tristeza y la oscuridad.
Pasó el tiempo, llegaron los cambios generacionales lógicos, las diferencias se fueron limando, la gente joven empezó a trabajar con un criterio mas amplio y, lentamente, se fueron superando las diferencias , los rencores y empezó un acercamiento. Además, las cajas de los clubes estaban exhaustas por los gastos que demandaba el mantener los equipos y ya los aportantes principales se habían alejado.
Años después se logro la fusión y renació nuevamente el club único con el nombre de Libertad que, por suerte, hizo desaparecer toda esa lucha inútil que separo tanto tiempo a la población. Ojalá ese criterio de seguir todos unidos dure para siempre.