Por el Dr. Manuel Langsam (Publicado en la edición del 13 de octubre de 2013 de El Diario del Domingo)
Créanme. El hecho que voy a relatar, realmente sucedió. Pero debo confesar que daré la menor cantidad de datos sobre época y personas involucradas, para salvar identidades. La misma característica de lo relatado hará comprender mis razones.
El Hospital Clara, perteneciente a la Sociedad Sanitaria Israelita, en Domínguez, era el centro de salud de referencia de toda la Colonia Clara. Ya venía con un gran prestigio desde la época del Dr. Yarcho y luego lo fue manteniendo por el buen nivel de los profesionales que le fueron sucediendo. Contaba con dos médicos permanentes, dentista, partera, suficientes enfermeros, un administrador y personal administrativo, cocinera, sector de internación y personal de limpieza. También pertenecía a la Sociedad la farmacia y, si era necesario, se traían especialistas para consulta clínica o cirujanos. La sala de espera estaba siempre llena y todo el perímetro del hospital quedaba rodeado de sulkys y carros.
Era gobernado por una comisión directiva elegida por los socios y conformada por los mismos inmigrantes que se preocuparon siempre por la salud, educación y cultura del pueblo pero regidos por sus conceptos religiosos que traían arraigados desde sus lugares de origen. Estos eran muy distintos, ya que podían ser tan tradicionales como los de la Rusia zarista, Polonia o Lituania, o mas liberales como los provenientes de Francia, Alemania o Austria. Cada uno con su idioma de origen, pero el idioma común era el idish y con el se entendían.
Ahora lo anecdótico. Empezó a rumorearse en el pueblo que existía una relación secreta entre el dentista y una de las empleadas administrativas. El casado, ella soltera, pueblo chico, todos conocidos, el rumor fue creciendo y llego a oídos de la Comisión Directiva del hospital. Sus miembros se reunieron para tratar el tema y resolver si había que hacer caso de los rumores y despedir de inmediato a los involucrados, o no dejarse llevar por habladurías no probadas y que las cosas quedaran como estaban.
Las discusiones fueron duras ya que chocaban una cultura religiosa tradicional, con otra de personas mas liberales, ya segunda generación de inmigrantes con pensamientos mas avanzados y no tan tradicionalistas. Como no había forma de ponerse de acuerdo, resolvieron recurrir a una votación entre ellos y acatar la opinión que fuera mayoritaria. Pero, hete aquí, que la votación resulto empatada. Entonces decidieron que el voto del presidente valiera el doble y aceptar que este decidiera.
El presidente, que era un viejito religioso, muy culto, sin ningún tipo de prejuicios ni malos pensamientos, pero bastante inocente en cuanto a las cosas mundanas, pensó, pensó y dio su veredicto: no había que tomar ninguna medida punitiva, ya que los rumores podían no ser ciertos.
Ante la perplejidad de los demás miembros, que no entendían como había llegado a tan segura conclusión, fundamentó su veredicto diciendo: ¡¡¡Como puede ser cierto lo que dicen, si todos sabemos que en el consultorio del dentista no hay cama!!!