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Los muertos importantes

Todo el mundo se habrá enterado que ayer se cumplió un aniversario más de la  muerte de Rodrigo Bueno, el cuartetero cordobés que se mató en el 2000 en un accidente en la autopista Buenos Aires – La Plata, hace ya ocho años atrás.

Me llamó la atención que los medios todavía le dediquen varios minutos de su tiempo tan valioso al cantante, porque más allá de los juicios de valor y los gustos musicales, ocho años son mucho tiempo para una memoria colectiva petardeada a diario por noticias impactantes, socavada por la erosión de la novedad constante.

Seis años es mucho tiempo para que una figura cualquiera soporte ese tiroteo persistente de primicias.

Otros muchos que murieron desde entonces no lo aguantaron y esta vez ya no tuvieron ni un pedacito de pantalla, pese a que, quizá, hicieron cosas muy importantes con sus vidas. Evidentemente, hay un ranking para la muerte.

No es que Rodrigo no merezca estar en los primeros puestos. Hizo canciones que se grabaron en la memoria de la gente y eso lo convierte en un artista del pueblo. Lo que pasa es que, paralelamente, caen en el olvido personas importantes, que hicieron mucho por sus comunidades.

El mismo días del aniversario de Rodrigo leía en el diario El Pueblo una extensa recordación de la vida de don Samuel Aizicovich, a quien sólo conocí por lo que escribió sobre él, con legítimo orgullo, su propio hijo.

Además de administrador de la Jewish, Aizicovich fue un participante activo de las más importantes instituciones de Villa Domínguez, como el hospital Noé Yarcho, la cooperativa Fondo Comunal, el Banco Popular Agrícola y la Escuela Gerchunoff, entre otras. 

Aizicovich no fue el único. Muchas otras personas, en muchas ciudades, han dejado el cuero en clubes, cooperadoras, juntas vecinales, costureros y, por qué no mencionarla, en la buena política.

Ninguno de ellos es menos importante que Rodrigo. Ninguno de ellos tendrá nunca un lugar destacado en los grandes medios de comunicación. Por eso es importante que sus propias comunidades los valoren y les rindan su merecido homenaje.

No por una cuestión de mera cortesía, sino por algo mucho más importante: para rescatar sus ejemplos, que en épocas de irrefutable individualismo, son cada vez más escasos y necesarios.

Martín Carruego
15 de junio de 2008

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